Una flor seca se mecía
mansamente en el hueco de
cristal
de un florero por el agua
olvidado,
ni siquiera mojado
por la lágrima salada de un
ojal.
cubrían el mármol de su mal
agrietado por la sequedad
del viento
cual la carne cubierta por
la sal.
El bronce otrora bruñido
resignaba su estirpe señorial
y la foto de la eterna vida
su sonrisa, yerma soledad.
Y yo allí, silencioso cuervo
inundado de silencio
sepulcral
agradecido de no estar
olvidado,
y de ser tan sólo un deudo
del azar.
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