Una tropilla, jinetes
negros, crines rizadas
Viene a lo lejos, batiendo
parche de piedra y agua.
Muestra su espada de oro
flagrante y flashes brillosos
Con estruendosos motes de
fuerza y cañón rabioso.
De aire caliente, de
remolino y arena en llamas.
Acá en las chacras, pavura
hay en la paisanada
Más no han pecado y San Pedro amaga con la pedrada.
Ya lo sabían, lo anunció el
perro en la madrugada
Con su revuelco de tierra seca
y cola empolvada.
Se prenden velas con ruego
santo y honda plegaria
Pidiendo al cielo por la
cosecha y la brega diaria…
Se hace un silencio…
y como presagio de la llegada
Caen gotones medio dispersos
sobre las chapas.
Ruidosos chocan los postigotes
de las ventanas
Y el sauce tiende su melenota
de verdes ramas.
Ya los gorriones asustadizos
buscan la calma
Que le propician las grandes
hojas de la enramada.
Hacia el tinglado que está
en el fondo, allá, tras la casa.
Truena el infierno
descerrajando el cielo y la nada
Ardiendo en rayos y ráfagas
firmes y huracanadas.
Vuelan mil granos de tierra
seca y hojas sesgadas
Vuelan papeles, los cardos muertos
y la misma casa…
Vuelve la calma…
Como diciendo –no pasa nada-
Pero se sabe que es mejoría de
escasa laya.
Atrás se viene la
estrepitosa cortina ufana
De átomos grises, que
exhalan gotas de húmeda agua…
Y se desata ese manantial
que del cielo emana
Furia dantesca arrasando
todo lo que desgrana.
Se rinde el sauce, se rinde
el suelo y la paisanada
Ante tremenda muestra de
fuerza y bravura nata…
Fueron minutos…
Sólo minutos de truenos y
agua.
No cayó piedra y lo celebra
la paisanada
Con mate amargo y tortas
fritas recién amasadas
Y agradeciendo mirando al
cielo y a la esperanza.
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