Me
veo en tus ojos,
En la
pesadez de tu paso cansino,
En el
palpitar de esa copa de vino.
Me
veo en tu vuelo,
El
que nunca despegó del suelo,
El
que se amarró a la soga de esperanza,
El
que cada día te somete a duelo.
Me
veo en tu ira,
En tu
minusvalía frente a la batalla,
En
esa impotencia que gastó tus años,
En ese
dolor: el que nunca calla.
Me
veo en tu cuerpo,
En la
esclavitud de tus largas jornadas,
En el
vomitivo cráter del hastío,
En
esas limosnas que son casi nada.
¡Oh
querido hermano!
Me
pongo en tu talla,
Me
calzo tu piel,
Me
hundo en tu agua.
Comparto
tu llanto,
Tu
desesperanza.
Comparto
tu ira,
Tu
dolor, tu entraña.
¡Ay!
¡Ay cómo ansío la gloria divina!
Para
yo pararme en las puertas de tu alma
Y
poder quitar tu corona de espinas,
Y
secar tu sangre la que nunca para.
¡Ay!
¡Ay querido hermano de esta patria mía!
De
este territorio asolado, en jirones,
Sabes
que comparto tu mismo presente,
Futuro
y pasado como otros millones
De trabajadores
de ¡esta Patria Mía!
Que han
deshilachado oscuros traidores.