Dice el refrán:
Nada tiene que ver el amor con el ojo del hacha…
Nada tiene que ver el amor con el ojo del hacha…
Se vieron,
se miraron, se desearon de inmediato.
Se apasionaron,
se extasiaron de lujuria e impudicia
Y se
lanzaron al río como dos piedras más.
Pero…
nada tiene que ver el amor con el ojo del hacha.
Después
fueron una canoa en medio de ese río,
Contemplando
atardeceres, mirando pájaros,
Regalando
flores y besos, recitando poemas,
Despertando
miradas, celos y silencios.
Pero…
nada tiene que ver el amor con el ojo del hacha.
Entonces,
se salieron del río y marcharon al campo.
Las
primaveras cada vez tuvieron menos flores y pájaros
Y los
inviernos fueron cada vez más largos.
Él
todo lo controlaba, de todo desconfiaba,
Y la
encerró en su propia cárcel… y le cortó las alas.
Pero…
nada tiene que ver el amor con el ojo del hacha.
Y así
pasaron veinte años, rutina tras rutina.
Él decretaba,
ella acallaba, ella aceptaba.
Y la
burbuja se henchía crepitante
De simulacros
y felicidad ficticia.
Pero…
nada tiene que ver el amor con el ojo
del hacha.
Un
día golpeó a su puerta un caminante perdido.
Se
vieron, se miraron, se desearon de inmediato.
Se
apasionaron, se extasiaron de lujuria e impudicia
Y se
lanzaron al río turbulento del amor y de los límites.
Pero…
nada tenía que ver el amor con el ojo del hacha.
Cuando
él llego esa tarde del trabajo diario,
Ella estaba
desnuda en la cama, impúdica y extasiada.
Él quiso
gritar, decretar y ejecutar…
Pero no
se dio cuenta del caminante detrás de la
puerta…
Un
hachazo certero terminó con su vida.
Aunque…
nada tenga que ver el amor con el ojo del hacha.